sábado, 16 de enero de 2010

El valor del instante

(esta entrada fue publicada en archipielagonoticias el 26 de noviembre de 2008)

Hay lugares o momentos en los viajes, que por alguna razón se te quedan grabados en la mente con esa misma viveza sensorial que tienen los recuerdos de la infancia.

No es algo ligado necesariamente a consideraciones objetivas estéticas o monumentales o de belleza paisajística. A veces de los lugares y monumentos “emblemáticos” y objetivamente impresionantes, de esos que “no puedes” dejar de visitar en un país, apenas te queda un recuerdo vago y efímero, de haber pasado por ellos con la sensación de haber cumplido un trámite, pero se desvanecen sin ese “algo” necesario para dejar una huella en los sentidos y en la memoria. Sin embargo otras veces el olor de las especias en un mercado, los sonidos de una calle, una escena cotidiana en una esquina cualquiera, se te quedan grabados en la memoria como una experiencia llena de sentido, misteriosa y profunda.


Foto: Ceiba en Toniná (Chiapas)
Autora: Marta Leonor Vidal García

También es curiosa la diferencia de impresiones que nos provocan las ciudades y los países. Por algunos pasamos de largo con una sensación totalmente despersonalizada, como espectadores de una película que no llegan a implicarse; los vemos “desde fuera”, apreciamos su belleza, pero no nos llegan "afectar" a nivel personal. Otras veces sin saber por qué, entramos en contacto con un lugar y desde el primer momento tenemos la confirmación interna de “estar dentro”, de haber dado con un sitio "hecho para mí", de haber encontrado un lugar lleno de significados donde estamos receptivos a descubrir todo lo que pueda ofrecernos.

¿De qué depende esa sensación de integración o des-integracion con el entorno que tenemos en los viajes?

Tenemos un debate en un foro de viajes del que soy colaboradora sobre este tema que daría de sí para discutir semanas, y esta entrada recoge algunas conclusiones del "brainstorming".

El viaje tiene muchos condicionantes de contexto, algunos más controlables que otros.

El primero el tiempo. Arruinan un viaje las prisas y el exceso de rigidez de "planificación", ese estresante objetivo de “cumplir el programa”, que te hace vivir "hacia el futuro" sustrayendo la atención de los sentidos al entorno para centrarla en la secuencia mental de lo que vas a hacer a continuación. “La prisa mata” repiten mucho en Marruecos... y también impide disfrutar de un viaje.




Foto: Ait Bou Guemez en Marruecos (un valle feliz para disfrutar sin prisa)
Autora: Marta Leonor Vidal García

Además cada lugar tiene su propio sentido del tiempo y hay que sincronizarse con él. Ir contra el ritmo vital del sitio al que se viaja es lo peor que te puede pasar. Decia Paul Bowles en “Por encima del mundo” que “Cuando uno tiene realmente prisa, hacer que cada segundo cuente es un arte. Debes simplemente saber encajar cada cosa que tengas que hacer en el instante apropiado”.

Los maniáticos compulsivos de las fotos (entre los que me encuentro por desgracia), perdemos también muchas veces el encanto de los lugares por culpa de la cámara, pues yo creo que ya no veo por los ojos, sino a través de un objetivo SIGMA 18:200 con estabilizador de imagen (al menos he conseguido ver la realidad “estable”, que no es poco).



Foto: Maniática de las fotos perdiendo "el valor del instante" en una fiesta nat (Myanmar)
Autor: M. Blanco

El don de la sorpresa es otro tema sobre el que Sommerset Maugham hacía unas reflexiones interesantes en una cita que había transcrito en otra entrada del blog hace tiempo: “Aunque yo he viajado mucho, soy un mal viajero. El buen viajero tiene el don de la sorpresa. Está constantemente interesado por las diferencias que nota entre lo que ya conoce en su país y lo que ve por ahí fuera. Si tiene un sentido del absurdo muy desarrollado, encontrará una fuente inagotable de sorpresa jocosa en el hecho de que las personas con que se topa no lleven la misma ropa que él, y nunca dejará de asombrarle el que haya gente capaz de comer con palillos en vez de con tenedores o de escribir con pincel en vez de con pluma. Como todo le resulta extraño reparará en todo, y según su sentido del humor, puede resultarnos divertido o instructivo. Pero como yo doy las cosas por descontadas, dejo en seguida de verlas como algo extraño en mi nuevo entorno. Me parece tan normal que los birmanos lleven un paso de colores que sólo mediante un esfuerzo especial puedo reparar en que no van vestidos como yo. A mí me parece igual de natural montarse en un ricksaw que en un coche, sentarse en el suelo que en una silla, de manera que rápidamente me olvido de estar haciendo algo raro o desacostumbrado."

El factor sorpresa, el dejarse llevar por la curiosidad de lo nuevo, esa receptividad hacia el entorno, esa vocación de descubrimiento ilusionante que tienen los niños, los adultos (o algunos adultos) la perdemos.

No fue en un viaje, sino aquí en Las Palmas un domingo por la mañana, en que me llevé una sorpresa al descubrir que en un callejón escondido detrás de una plaza, quedaban unas casitas blancas de la época en que el mar llegaba más arriba, como un barrio de otra época oculto en una calle. Fue muy curiosa la entrada a aquel lugar, donde de repente nos vimos como transportados a otra dimensión, con una sensación de irrealidad al descubrir algo inesperado, fuera de lugar, que no nos imaginábamos que pudiera estar allí, y que creaba un entorno “mágico” y sorprendente.

Pero ese tipo de sensaciones a mí no se me suelen dar con demasiada frecuencia en los viajes (soy muy mala viajera). Me suelen sorprender pocas cosas, ha de ser un entorno muy singular o con una apariencia muy llamativa o que me sorprenda por algún motivo. Y es difícil sorprenderme.





Foto: Ksar de Tamnougalt en Marruecos (una agradable sorpresa el subir a la colina y encontrarlo abandonado, sin nadie por allí)
Autora: Marta Leonor Vidal García

Creo que también juega en contra nuestra el exceso de información que tenemos hoy sobre la mayoría de los destinos. La globalización le ha hecho perder todo misterio a casi cualquier lugar. A través a los medios de comunicación sabemos de antemano casi todo lo que nos vamos a encontrar en casi cualquier parte del mundo. Ya no nos sorprendemos ya en Etiopía de ver una mujer con un plato de barro en la boca, ni del cambio de color del ocre al rosa del Tesoro de Petra al atardecer, ni nos llama la atención los sonidos de los minaretes de Estambul llamando a la oración ...no nos sorprendemos de casi nada porque ya lo hemos vivido todo anticipadamente a través de los medios.



Foto: Templo Dhammayangyi en Bagán -Myanmar- (un templo sorprendente que me recordó a una mezcla entre la pirámide de Chichén Itzá y el cuadro "la Torre de Babel" de Brueghel)
Autora: Marta Leonor Vidal García

También a veces hay una búsqueda compulsiva de información en la red y en los foros de viaje, un deseo de saber absolutamente todo, hasta los más nimios detalles con antelación (no hay más que ver la popularidad de las webcam) que me parece contraproducente por estresante (más que un viaje parece que se está preparando uno unas oposiciones a registrador de la propiedad). Esa preparación tan exhaustiva del viaje acaba condenando la emoción, la incertidumbre, el encanto y hasta la individualidad porque acabamos viviendo, no nuestro propio viaje, sino una réplica clónica del viaje de otro.

Salimos ya con los sentidos anestesiados desde el aeropuerto gracias a esa sobredosis de información y durante el viaje a veces lo continuamos con la manía de apuntarlo todo. Otra vez Sommerset Maugham en “El caballero del salón” (ese libro es todo un tratado sobre formas de viajar y de aproximarse a la realidad de otros países) hablaba con su punto irónico de un viajero checoslovaco con el que coincide en su viaje por el sudeste asiático, al que describe como una auténtica mina de información: lo apuntaba todo, anotaba con precisión todos los datos que iba encontrando. Cuando le preguntó que pensaba hacer con toda la información que había recogido le respondió “-¿Hacer? Nada. A mi me gustan los datos. Quiero conocer bien las cosas. A cualquier lugar que voy, leo sobre él todo lo que hay escrito. Estudio su historia, su fauna y su flora, los usos y costumbres de su pueblo, me empapo con su arte y literatura. Yo podría escribir un manual sobre cada uno de los países que he visitado. Soy una mina de información”. Y el escritor le contestaba “La información por la información es como una escalera que conduce a la pared”.

Pero como decían los contertulios, sí, de acuerdo, creamos las condiciones óptimas: vas solo, por libre, relajado, sin estrés, sin exceso de información, sin cámara de fotos, concentradísimo en todo el entorno... y a veces tampoco consigues esa deseada integración.

Es evidente que el asegurar las “condiciones de contexto” no garantizan “sentir” un lugar. Esto no es el método Stanislavski.

Creo que hay factores muy subjetivos que son incontrolables: el estado de ánimo, la receptividad a los estímulos, los recuerdos o sensaciones inconscientes que te activa un sitio y hace que te guste sin saber por qué, ese "algo" que hace conectes con un lugar o con una persona. Nunca he podido saber por qué me siento tan atraida por Estambul o por Mexico, dos sitios en los que siempre me he sentido “dentro” y paradójicamente mi primer viaje a ambos destinos no fue en las condiciones “óptimas” del método Stanislavski ese que estamos diseñando para ser buen viajero. En Estambul la primera vez estuve un día y medio a la carrera antes de iniciar un viaje a Uzbekistán, casi sin tiempo de ver nada y a México mi primer viaje fue cortísimo, de unos 10 días. Pero sabía que eran dos sitios con los que iba a tener vínculos especiales y a los que iba a volver (como así fue) y esas cortas estancias me llenaron más que viajes de casi un mes en otros lugares que, sin dejar de apreciar sus valores monumentales, arquitectónicos o paisajísticos, no me llegaron a tocar en lo personal; no me llenaron.

Foto: Teotihuacán
Autora: Marta Leonor Vidal García

Sin ánimo de montar una teoría esotérico-festiva de esas que tanto les gustan a los aficionados al orientalismo de curso de herbolario, sí tengo la convicción de que con los lugares se producen también esas misteriosas empatías que a veces surgen de forma súbita con personas en quienes percibimos rápidamente una afinidad de un tipo difícil de describir, como si te leyeran por dentro, que nunca se ha dado con conocidos que llevan años sin ascender de categoría. Porque de alguna manera sabes que esa persona o ese lugar están ahí en ese momento por alguna razón no evidente. Al margen de la lógica hay lugares y personas que te "tocan" personalmente más que otros de una forma difícil de explicar.

"¿Quien puede captar el sentido profundo de una ciudad?" decía Sommerset Maugham. “Es un lugar diferente para cada uno de los que vive en ella. Lo unico importante es saber qué significa para mi”

Así que mientras lo descubren (si llegan a descubrirlo) disfruten del valor del instante.



Foto: Estambul desde una azotea de Valide Han
Autora: Marta Leonor Vidal García



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